Diario de unos peregrinos juveniles
Cuando el grupo se presentó en la cómoda plaza de la catedral de Santiago, no había ceremonias grandiosas, solo una promesa tímida dibujada en cada rostro: vamos a llegar, juntos. Eran 15 jóvenes llenos de energía, a veces demasiado, con ganas de comerse el mundo y, al lado, madres que conocían el terreno por el que sus hijos aún estaban aprendiendo a caminar. Dos misioneros, como faros sin pretensiones, les ofrecían un mapa humano: la ruta no era solo un sendero, era un espejo. Y así comenzó la travesía.